Cuando el ser humano alcanza una cierta madurez personal, se encuentra ante una de las encrucijadas más desconcertantes de su vida: ¿Qué camino emprender?

Vivimos en un entorno en el que se vive mucha rapidez: la construcción y los cambios llevan tras de sí una velocidad que dificulta a que las personas conecten con sus inquietudes personales.

En ocasiones, se toman decisiones desviadas de las verdaderas necesidades personales y se configura un futuro alejado de la persona (habéis escuchado alguna vez eso de “hago cosas que no tienen que ver conmigo”).

Desde luego, se puede vivir así. Es una opción.

Existe otra: “Cuando un ser humano sabe a dónde va, el mundo entero se aparta para darle paso” (Bertrand Arthur William Russell).

Si me permitís, añadiré lo siguiente: “y para saber a dónde se va hay que saber quién se es”.

Desde pequeños nos enseñaron algo muy importante, como es el manejar el intelecto (nuestra inteligencia racional, el pensamiento, las ideas, las estrategias…). Desde ahí tenemos idea de quiénes somos y manejamos nuestra vida con ello.

Sin embargo, es tan sólo una idea de quiénes somos, ya que las estrategias construidas son las que creemos que nos van bien y estamos en un momento social en el que es fácil observar cuerpos castigados, a base de contracturas, dolores o ansiedad, sin causa aparente.

Os animo a añadir dos aspectos fundamentales: la emociones (a partir de las sensaciones) y el cuerpo (a partir del movimiento). Para saber quién se es, es importante conocer cómo se siente y cómo necesita ser atendido el cuerpo.

Si alineamos el cuerpo y la emoción con nuestro intelecto entramos en un estado equilibrio, que nos lleva a alcanzar una salud que permite vivir en tranquilidad.

Imaginaros: tranquilos y en salud, ¿No habrán más indicadores para encontrar qué camino emprender en la vida?