El proceso personal se dirige a la raíz psíquica en un primer momento, es decir, a resolver y a reorganizar todos aquellos sucesos que quedaron enquistados en el interior.
El fin último, en muchas ocasiones, son el padre y la madre -biológicos y/o adoptivos-, lugar donde uno se encuentra con su base afectiva, el origen de la conciencia psicológica.
Cuando un ser humano resuelve su base afectiva y puede tomar dentro de sí a su padre y a su madre en su totalidad, tal y como son, con sus vidas y circunstancias, entra en un estado de reposo que facilita el acceso a contemplar la vida en su magnitud.
Diferentes disciplinas psicológicas exponen que tomando al padre y a la madre permite dejarse tomar por la vida, concibiendo la vida como un ente con un movimiento propio.
Sin embargo, es común encontrarse con personas de referencia en el campo de la Psicología que coinciden que, después de resolver su proceso personal, se entra en contacto con un movimiento interno que directamente encaja con el movimiento de la propia vida.
Reflexionar acerca del movimiento de la vida es complejo, ya que entramos en contacto con “lo invisible” y tan sólo son percepciones las que son tomadas como base.
Es entonces cuando aparece el término “unidad”, donde el todo es el todo y nada está separado de nada. Una experiencia que otorga un estado de plenitud que permanece en movimiento.
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